Si usted pregunta acerca de las cosas que al Profeta (la paz y las bendiciones sean con él) le gustaban más, obtendrá tres respuestas, comenzando por el perfume. A él le gustaba mucho el olor agradable de los perfumes, y nunca olía mal. Además, el profeta era muy elegante; el más elegante entre su gente, brillando en sus ropas como la luna en el cielo. Y lo mejor es que la apariencia del profeta era elegante en una sociedad alejada de la limpieza y de la sofisticación. Él era como una hermosa flor en el desierto árido, y como el cálido fuego en el desierto helado, y como la primavera en una tierra sin vida.