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Craig Robertson, ex católico, Canadá (parte 2 de 2): Aprender a aceptar

1547 2014/09/28 2024/03/29

Aún recuerdo hoy mi primer encuentro con un musulmán.  Uno de los muchachos trajo un amigo suyo al hogar de jóvenes.  Era un chico musulmán cuyo nombre no recuerdo.  Lo que sí recuerdo es que el chico dijo: “Traje a mi amigo fulano de tal, es musulmán y quiero ayudarlo a convertirse al cristianismo”.  Yo estaba absolutamente asombrado de ese chico de 14 años, tan amable y tranquilo.  Créase o no, se defendió a sí mismo y también al Islam contra un grupo de cristianos que lo insultaban a él y a su religión.  Mientras nosotros estábamos sentados tragando nuestras Biblias y enojándonos cada vez más, él estaba tranquilo, sonriendo y hablándonos de no adorar a otros además de Dios y de cómo, sí, hay amor en el Islam.  Era como una gacela rodeada por una jauría de hienas pero que todo el tiempo permanece en calma y sin perder el respeto.  Realmente me sorprendió positivamente.


El chico musulmán dejó un ejemplar del Corán en la repisa, lo olvidó o lo dejó a propósito, no lo sé, pero comencé a leerlo.  No tardé mucho en enfurecerme con este libro cuando vi que tenía mucho más sentido que la Biblia.  Lo lancé contra el sofá y me fui, enfurecido, pero después de leerlo, me quedó una duda dando vueltas en mi interior.  Hice lo mejor que pude para olvidarme del chico musulmán y disfrutar el tiempo con mis amigos del hogar.  El grupo juvenil iba a diversas iglesias los fines de semana para participar en sesiones de oración y los sábados a la noche los pasábamos en una gran iglesia en lugar de ir a un bar.  Recuerdo estar en uno de esos eventos llamado ‘The Well’  me seentí tan cerca de Dios que quise mostrar mi humildad y mi amor por el Creador.  Hice lo que me pareció natural, me postré.  Me postré como lo hacen los musulmanes en las oraciones diarias, pero no sabía lo que hacía, lo único que sabía era que se sentía muy bien… sentí que era lo correcto, más que cualquier otra cosa que haya hecho antes.  Me sentí muy piadoso y espiritual y continué haciendo lo habitual, pero comencé a sentir que las cosas se me estaban escapando de las manos.

El Pastor siempre nos enseñaba que debemos someternos a la voluntad de Dios, y no había nada que yo no quisiera más; ¡pero no sabía cómo!  Siempre rezaba: “Por favor Dios, haz Tuya mi voluntad, hazme seguir Tu voluntad”, pero nada sucedía.  Sentía que me estaba alejando de la Iglesia a medida que mi fe se apagaba.  Fue en ese momento que mi mejor amigo cristiano, el que me había ayudado a acercarme a Cristo, junto con otro amigo mío, violaron a mi novia con quien yo salía desde hace dos años.  Yo estaba ebrio en otro cuarto cuando eso sucedió y no pude hacer nada para detenerlo.  Un par de semanas después, salió a la luz que el hombre que dirigía el hogar juvenil había acosado a uno de mis amigos.


¡Mi mundo se vino abajo!  Me habían traicionado amigos míos, gente que se suponía que estaban cerca de Dios y acercándose al Paraíso.  No tenía nada para dar, volví a estar vacío.  Deambulaba como antes, ciego y sin rumbo, trabajando, durmiendo y saliendo de fiesta.  Mi novia y yo cortamos la relación poco tiempo después.  Mi culpa, mi ira y mi tristeza se apoderaron de mi ser.  ¿Cómo pudo mi Creador permitir que me sucediera algo así?  ¿Qué tan egoísta fui?


Poco después, mi supervisor en el trabajo me dijo que había un musulmán trabajando con nosotros, que era muy religioso y que debía intentar ser más decente en su presencia.  En cuanto el musulmán entró a trabajar, comenzó la Da’wah.  No perdió tiempo en contarnos sobre el Islam y todos le decían que no querían oír nada del Islam, excepto yo.  Mi alma lloraba y ni siquiera mi terquedad podía callar ese llanto.  Comenzamos a trabajar juntos y hablar de nuestras respectivas religiones.  Yo había abandonado por completo el Cristianismo, pero cuando comenzó a hacerme preguntas, mi fe revivió y me sentí como en una Cruzada, defendiendo la Fe ante este musulmán infiel.


El hecho es que este musulmán en particular no era maligno como me habían dicho.  En realidad, era mejor que yo.  No decía groserías, nunca se enojaba y permanecía tranquilo; era amable y respetuoso.  Me impresionó de verdad y decidí que él sería un excelente cristiano.  Intercambiamos preguntas sobre nuestras respectivas religiones, pero después de un tiempo sentí que me ponía cada vez más a la defensiva.  En un momento, me enojé mucho… allí estaba, tratando de convencerlo de la verdad del Cristianismo, y sentía que él era quien tenía la verdad.  Comencé a sentirme más confundido y no sabía qué hacer.  Sólo sabía que tenía que aumentar mi fe, por lo que me subí al auto y me dirigí a ‘The Well’.  Estaba convencido de que si podía orar allí una vez más, podría recuperar el sentimiento y la fe, y luego podría convertir al musulmán.  Llegué allí, después de recorrer el camino a toda velocidad, pero estaba cerrado.  No había nadie a la vista, por lo que comencé a buscar por todas partes un lugar similar para ‘recargarme’, pero no encontré nada.  Desilusionado, volví a casa.

Comencé a darme cuenta que estaba siendo empujado en cierta dirección, por lo que le recé a mi Creador para someter mi voluntad a la Suya.  Sentí que respondía mi oración; fui a casa, me recosté en la cama y en ese momento me di cuenta de que necesitaba orar como nunca antes lo había sentido.  Me senté en la cama y lloré diciendo: ‘¡Jesús, Dios, Buda, quienquiera que seas, por favor ayúdame, oriéntame, te necesito!  He hecho tanto mal en mi vida y necesito Tu ayuda.  ¡Si el Cristianismo es el camino correcto, pues hazme fuerte, y si es el Islam, entonces guíame hacia él!’.  Dejé de rezar, las lágrimas se fueron y mi alma se sintió en calma y en paz, supe cuál era la respuesta.  Fui a trabajar al día siguiente y le dije al hermano musulmán: “¿cómo te digo ‘hola’?”.  Él me preguntó qué quise decir con eso, y le dije: “Quiero ser musulmán”.  Él me miró y dijo: “¡Allahu Akbar! (Dios es Grandioso)”.  Nos abrazamos por un minuto más o menos y le agradecí por todo, y allí comencé mi viaje hacia el Islam.


Miré hacia atrás e hice un repaso de todos los sucesos de mi vida, y me di cuenta de que me estaba preparando para ser musulmán.  Dios me había demostrado mucha misericordia de su parte.  De todo lo que sucedió en mi vida, siempre hubo algo que aprender.  Aprendí la belleza de la prohibición islámica del uso de embriagantes, la prohibición del sexo ilícito, y la necesidad del Hijab.  Ahora estoy en equilibro, ya no estoy volcado en una sola dirección; llevo una vida moderada, y hago lo mejor que puedo para ser un musulmán decente.


Siempre hay desafíos, que estoy seguro todos hemos experimentado.  Pero a través de esos desafíos, a través de esos dolores emocionales, nos hacemos más fuertes, aprendemos, espero, a acudir a Dios.  Para aquellos que hemos aceptado el Islam en algún momento de nuestras vidas, somos muy bendecidos y afortunados.  Nos han dado la oportunidad, la mayor de las misericordias.  Una misericordia que no merecemos, pero que Dios nos seguirá dando el Día de la Resurrección.  Me he reconciliado con mi familia y he comenzado con la idea de tener la mía, Dios mediante.  El Islam es un camino de vida, y aún si sufrimos un mal trato por parte de hermanos musulmanes o no musulmanes, debemos siempre recordar que tenemos que ser pacientes y acudir sólo a Dios.


Si he dicho algo incorrecto, es mío, y si algo que he dicho es correcto, es de Dios, Suyas sean todas las alabanzas, y que Dios otorgue Su piedad y sus bendiciones a su noble Profeta Muhammad, Amín.

Que Dios aumente nuestra fe y lo haga según Su voluntad y nos conceda el Paraíso, ¡Amín!

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