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Lynda Fitzgerald, ex católica, Irlanda (parte 4 de 4)

1843 2015/05/30 2024/11/22

Reversión

Dos semanas después fui al centro de Dawa. Estaba muy asustada y temía decir algo inapropiado. Mi amigo Jaled y su esposa me llevaron, fue muy emotivo. Al final todos terminamos con lágrimas en nuestros ojos. Lloré todo el camino de regreso a casa.

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No obstante, no todo estaba en su sitio como debería. Al modificar mi estilo de vida me hice completamente adicta a la televisión. Toda mi vida giraba en torno a la oración y por las noches a la tele. No estaba satisfecha con ello pero era demasiado perezosa para hacer algo al respecto. Trataba de leer mis libros islámicos pero sentía que no podía asimilar más. Al tiempo, me llegaron rumores que circulaban acerca de mí en el hospital. Realmente me afligió que sucediera ya que odiaba que mi vida fuese motivo de curiosidad de los demás y odiaba llevar a cuestas calumnias y rumores. Una noche retorné a casa del trabajo y sentí que no podía resistirlo más. Despreciaba llegar y mirar la tele toda la noche sin ver ni conversar con alguien, y los fines de semana se habían convertido en una pesadilla. Podía pasar el fin de semana entero a solas. Me sentía perdida y desolada. Cuando llegó el momento de la oración del Isha de esa noche, sencillamente no tenía ganas de realizarla. Nunca antes me había sucedido y eso me abatió, lloré sin parar por dos horas.

Al día siguiente, mis ojos estaban muy hinchados y todo el día transcurrió mientras lloraba, me detenía y volvía a llorar. Jaled me preguntaba qué sucedía constantemente, sólo que al comienzo estaba tan avergonzada que no me atrevía a contarle. De todas formas, realicé la oración ya que sabía que tenía que hacerla. Al final, le conté y él me tranquilizó, dijo que en ocasiones incluso él se sentía así, de modo que no me angustiara ni me disgustara por eso. Lo que necesitaba era cambiar mi estilo de vida, jugar al tenis, salir de compras, leer un libro… Yo insistía en que nada de eso ayudaría, aún así me sentiría sola si no estuviese acompañada o no tuviese a alguien con quien hablar.

Esa noche regresé a casa y sentí que lo estaba perdiendo, sentí que no podría continuar. Después de mi oración me postré y supliqué fervientemente: “Por favor Dios, no permitas que te pierda, no permitas que te pierda”. Me senté y busqué las estrofas breves al final del Corán, donde encontré a At-Takazur; después de leerla, percibí que debía dejar todo a lo que me había aferrado, como la tele y la preocupación por lo que pensaran de mí. Tenía que aprender a dejarlo ir. Sentí cómo me libraba de todas mis preocupaciones, como si brotaran a través de mi espalda y partieran flotando.

El día siguiente, en el Fayr, cuando terminé mi oración, tuve el presentimiento de que debía colocar mis manos frente a mí mientras recitaba mi Du´a. Había visto que las personas hacían eso, aunque nunca comprendí por qué. Tendí mis manos y le rogué a Dios que me ayudara a dejar todas esas cosas y a esforzarme por ser una mejor persona. Acto seguido, llevé mis manos hacia mi rostro y percibí un hormigueo y un sentimiento de paz y bienestar perpetuo. No quería moverme por miedo a que se desvaneciera, pero permaneció.

Ese día en mi trabajo, en el Departamento de Computación, recibí la visita de un hombre llamado Anwer. Jamás lo había visto antes, pero él había oído hablar de mí. Me habló sobre la mezquita de Rayhi, y de que allí se llevaban a cabo lecturas en inglés los viernes. Decidí que iría el viernes siguiente. Esa semana no miré la tele, jugué al tenis y luego le pedí a uno de nuestros choferes en quien confiaba que me llevara a la mezquita.

El viernes por la mañana me puse muy nerviosa y a último momento sentí que no tenía que ir. ¿Y si me equivocaba de mezquita, y si hacía todo mal? Justo mientras atravesaba la puerta de la casa le rogué a Dios que me guiara y permitiese que todo transcurriera bien. De hecho, todo transcurrió tranquilamente. Conocí a los Samires, una familia de Sri Lanka que vivía y trabajaba en Arabia Saudita, mi nueva familia. Me alojaron y me trataron como a una de los suyos. Que Dios los bendiga y los recompense, Le agradezco todos los días por escogerlos y permitirme conocerlos.

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