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La termodinámica contradice la evolución (parte 1 de 2)

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2104 2015/06/22 2024/11/10

La segunda ley de la termodinámica, que es aceptada como una de las leyes básicas de la física, sostiene que, bajo condiciones normales, todos los sistemas dejados a su propia cuenta tienden a volverse desordenados, dispersos y corruptos en relación directa con la cantidad de tiempo que pase. Todo, ya sea vivo o no, se desgasta, se deteriora, decae, se desintegra y es destruido. Este es el final absoluto y todos los seres lo enfrentarán de una forma u otra y, según esta ley, el proceso no puede ser evitado.


Esto es algo que todos nosotros hemos observado. Por ejemplo, si llevas un carro al desierto y lo dejas allí, difícilmente puedes esperar encontrarlo en mejores condiciones cuando regreses unos años más tarde. Por el contrario, verás que sus llantas se han desinflado, sus ventanas de han roto, su chasis se ha oxidado y su motor ha dejado de funcionar. El mismo proceso inevitable es sufrido por los seres vivos.


La segunda ley de la termodinámica es el medio por el cual este proceso natural es definido, con ecuaciones y cálculos físicos.


Esta famosa ley de la física también es conocida como "la ley de la entropía". En física, entropía es la cantidad de desorden de un sistema. La entropía de un sistema aumenta a medida que este pasa de un estado ordenado, organizado y planificado a uno más desordenado, disperso y espontáneo. Mientras más desorden (caos) hay en un sistema, mayor es su entropía. La ley de la entropía sostiene que todo el universo se dirige inexorablemente hacia un estado más desordenado, caótico y desorganizado.


La verdad de la segunda ley de la termodinámica, o ley de la entropía ha sido establecida tanto teórica como experimentalmente. Todos los principales científicos están de acuerdo en que la ley de la entropía seguirá siendo el paradigma básico en el futuro previsible. Albert Einstein, uno de los mayores científicos de nuestra época, la describió como "la ley principal de toda la ciencia". Sir Arthur Eddington también se refirió a ella como "la ley metafísica suprema de todo el universo"[1].


La teoría evolutiva ignora esta ley fundamental de la física. El mecanismo que ofrece la evolución contradice por completo la ley de la entropía. La teoría de la evolución dice que átomos y moléculas inertes, desordenados y dispersos, se unieron de manera espontánea a lo largo del tiempo, en un orden particular, para formar moléculas extremadamente complejas –como las proteínas, el ADN y el ARN–, con lo que millones de diferentes especies vivas, con estructuras aún más complejas, surgieron gradualmente. Según la teoría de la evolución, este supuesto proceso (que produce una estructura más ordenada, más compleja y más organizada en cada etapa) se desarrolló completamente por sí misma bajo condiciones naturales. La ley de la entropía deja en claro que este supuesto proceso natural contradice de lleno las leyes de la física.


Los científicos evolucionistas también con conscientes de este hecho. J. H. Rush afirma:

"En el curso complejo de su evolución, la vida exhibe un contraste notable contra la tendencia expresada en la segunda ley de la termodinámica. Mientras la segunda ley expresa una progresión irreversible hacia una entropía y un desorden crecientes, la vida desarrolla permanentemente mayores niveles de orden"[2].

El autor evolucionista Roger Lewin expresa el problema termodinámico de la evolución en un artículo en la revista Science:


"Un problema que los biólogos han enfrentado es la aparente contradicción entre la evolución y la segunda ley de la termodinámica. Los sistemas deberían decaer con el tiempo, dando menos, no más, orden"[3].


Otro defensor de la teoría de la evolución, George Stravropoulos, reconoce la imposibilidad termodinámica de la formación espontánea de la vida y la imposibilidad de explicar la existencia de mecanismos vivientes complejos a través de leyes naturales. Stravropoulos escribió en la reconocida revista evolucionista American Scientist:


"Sin embargo, en condiciones ordinarias, ninguna molécula orgánica se puede formar jamás de manera espontánea (es decir, por mero azar), sino que se desintegra, en concordancia con la segunda ley. De hecho, mientras más compleja es, más inestable será, y lo más seguro es que tarde o temprano se desintegrará. La fotosíntesis y todos los procesos vivientes, incluso la vida misma, no pueden entenderse en términos de la termodinámica ni de ninguna otra ciencia exacta, por mucho que se utilice un lenguaje confuso o deliberadamente pensado para confundir"[4].


Como hemos visto, los postulados de la evolución están en total contradicción con las leyes de la física. La segunda ley de la termodinámica constituye un obstáculo insuperable para el escenario de la evolución, en términos tanto de ciencia como de lógica. Incapaces de ofrecer alguna explicación científica y consistente para superar este escollo, los evolucionistas solo pueden imaginarla. Por ejemplo, el reconocido evolucionista Jeremy Rifkin resalta su creencia en que la evolución rebasa esta ley de la física con un "poder mágico":


"La ley de la entropía dice que la evolución disipa toda la energía disponible para la vida en este planeta. Nuestro concepto de evolución es todo lo contrario. Creemos que la evolución crea, de alguna manera mágica, más valor y orden totales en la Tierra"[5].

Estas palabras indican claramente que la evolución es más una creencia dogmática que una tesis científica.


La idea errónea sobre los sistemas abiertos

Algunos defensores de la evolución recurren al argumento de que la segunda ley de la termodinámica es cierta solo para "sistemas cerrados", y que los "sistemas abiertos" están más allá del alcance de esta ley. Esta afirmación no es más que el intento de algunos evolucionistas para distorsionar los hechos científicos que invalidan su teoría. De hecho, un gran número de científicos han declarado públicamente que esta afirmación no tiene validez y viola la termodinámica. Uno de ellos es el científico de Harvard John Ross, que también sostiene opiniones evolucionistas. Él explica que estas afirmaciones poco realistas contienen un error científico importante, como dice en los siguientes comentarios en Chemical and Engineering News:


"No se conoce ninguna violación a la segunda ley de la termodinámica. De manera general, la segunda ley está declarada para sistemas aislados, pero se aplica también a los sistemas abiertos. Está de alguna manera relacionada con el campo de los fenómenos de la termodinámica del no equilibrio[6], el concepto de que la segunda ley de la termodinámica no se aplica a tales sistemas. Es importante que nos aseguremos de que este error no se perpetúe"[7].


Un "sistema abierto" es un sistema termodinámico en el cual la energía y la materia fluyen hacia dentro y hacia afuera. Los evolucionistas sostienen que el mundo es un sistema abierto, es decir, está constantemente expuesto a un flujo de energía proveniente del Sol, que la ley de la entropía no se aplica al mundo en su conjunto, y que los seres vivos ordenados y complejos pueden ser generados a partir de estructuras desordenadas, simples e inanimadas.


Sin embargo, aquí hay una distorsión obvia. El hecho de que un sistema tenga una afluencia de energía no es suficiente para ordenar dicho sistema; se necesitan mecanismos específicos que hagan funcional esa energía. Por ejemplo, un automóvil necesita un motor, un sistema de transmisión y mecanismos de control relacionados para así convertir la energía del petróleo en trabajo. Sin este sistema de conversión de energía el carro no sería capaz de utilizar la energía almacenada en el combustible.


Lo mismo ocurre en el caso de la vida. Es verdad que la vida toma su energía del Sol; sin embargo, la energía solar solo puede ser convertida en energía química a través de sistemas de conversión de energía increíblemente complejos en los seres vivos (como la fotosíntesis en las plantas y los sistemas digestivos de los humanos y los animales). Ningún ser vivo puede vivir sin dichos sistemas de conversión de energía. Sin un sistema de conversión de energía, el Sol no es más que una fuente de energía destructiva que quema, seca o derrite.


Como podemos ver, un sistema termodinámico sin un mecanismo de conversión de energía de algún tipo no es ventajoso para la evolución, sea abierto o cerrado. Nadie asegura que tales mecanismos complejos y conscientes pudieron haber existido en la naturaleza bajo las condiciones de la Tierra primigenia. De hecho, el problema real que afrontan los evolucionistas es la cuestión de cómo mecanismos complejos de conversión de energía, como la fotosíntesis en las plantas, que no pueden ser reproducidos ni siquiera con la tecnología del siglo XXI, pudieron haber surgido solos de la nada.


El influjo de energía solar hacia el mundo no sería capaz de generar orden por cuenta propia. Además, no importa cuánto suba la temperatura, los aminoácidos se resisten a formar enlaces en secuencias ordenadas. La energía por sí misma es incapaz de lograr que los aminoácidos formen las moléculas mucho más complejas de las proteínas, ni de hacer que las proteínas formen las estructuras mucho más complejas y organizadas de los organelos celulares.




Pie de página:

[1] Jeremy Rifkin, Entropy: A New World View. Viking Press, Nueva York, 1980, p. 6.

[2] J. H. Rush, The Dawn of Life, Nueva York, Signet, 1962, p. 35.

[3] Vol. 217, 24 de septiembre, 1982, p. 1.239.

[4] George P. Stravropoulos, The Frontiers and Limits of Science. American Scientist, vol. 65, Noviembre-Diciembre 1977, p. 674.

[5] Jeremy Rifkin, Entropy: A New World View. Viking Press, Nueva York, 1980, p. 55.

[6] La termodinámica del no equilibrio es una rama de la termodinámica que estudia los sistemas termodinámicos que se hallan fuera del equilibrio termodinámico, entre los que están la mayoría de los sistemas que se encuentran en la naturaleza. La termodinámica del no equilibrio ha sido aplicada con éxito en la descripción de sistemas biológicos, como el transporte a través de membranas y el doblamiento y desdoblamiento de proteínas.

[7] John Ross, Chemical and Engineering News, 27 de julio, 1980, p. 40.

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